La posible creación de la liga R360 encendió las alarmas en el rugby profesional. Entre contratos extendidos, una economía frágil y la falta de visión global, World Rugby enfrenta el desafío de reinventarse antes de chocar con su propio Titanic.
Hoy en el mundo del rugby muchos celebran que los jugadores firmen contratos por dos o tres temporadas. Ese entusiasmo tiene una raíz más profunda: el miedo que instaló la posibilidad de la creación de la liga R360, una idea que le movió la estantería vetusta a World Rugby.
Si Mike Tindall y sus socios pensaron en una liga rebelde, es porque el Rugby Union atraviesa una crisis estructural. Y la dirigencia de World Rugby, lejos de encontrar un rumbo, parece timonear un posible Titanic.
Años atrás, Agustín Pichot había intentado sacudir el tablero con su propuesta de la Nations Cup, un torneo con dos niveles, ascensos y descensos. Pero aquella idea, que buscaba dinamizar el rugby global, fue vista como una herejía por los conservadores dirigentes europeos. Romper el status quo no era (ni es) una opción para muchos de ellos.
Agustín Pichot lo resumió con precisión en la entrevista a RugBeat:
“El gran problema del rugby es que, una vez que liberás el deporte con un libre mercado de jugadores, los costos se disparan. Hoy apenas hay uno o dos clubes en el mundo que llegan a fin de mes. El rugby nunca dio el paso a la masificación, quedó como un deporte de nicho, y un deporte de nicho es caro de mantener.”
Y agregó sobre la dependencia del sistema:
“El 90% de los ingresos del rugby mundial vienen de la televisión de Inglaterra y Francia. No ha crecido globalmente. Se apuesta al Mundial 2031 en Estados Unidos para levantar capital, pero si no se logra esa inversión, el rugby quedará en deuda. El juego ha mejorado, pero la parte económica está en un momento crítico.”
Celebrar la extensión de los contratos, entonces, es un alivio momentáneo. Si la Liga R360 se consolida, podría pagar cláusulas de rescisión y tentar a las grandes figuras, montando el gran show que hoy el rugby tradicional no logra ofrecer.
Por población y potencial, el rugby debería crecer en Estados Unidos, Brasil y Asia, pero World Rugby ha manejado esas regiones como el FMI maneja a la Argentina: aplicando recetas prefabricadas que terminan en grandes fracasos. Los resultados no llegan, aunque las inversiones continúen.
El regreso del rugby a los Juegos Olímpicos fue celebrado, pero también tuvo su lado negativo: el Mundial de Seven perdió interés, fue eliminado del calendario y el Circuito Mundial mutó tantas veces que los propios jugadores ya expresaron su descontento. Con tanto cambio, no hay certezas de que se logre algo positivo.
El rugby necesita evolucionar, sí, pero sin perder su esencia. Debe ampliar horizontes y sumar más países, pero antes tiene que hacer una gran autocrítica: saber dónde está parado y hacia dónde quiere ir.
Los jugadores profesionales serán tentados con contratos irresistibles, y la respuesta no puede ser prohibir que sean convocados. La respuesta debería ser una contrapropuesta seria, desde lo deportivo, lo económico y lo humano.
Porque el rugby ya es profesional, y necesita dirigentes que piensen más allá de mantener el sillón y jugar el mismo torneo de siempre.
